Hace unos días analizaba con el jefe de mantenimiento de una empresa las razones por las que el preventivo realizado estaba muy por debajo de los niveles deseados. Uno de los problemas que identificamos fue el escaso número de profesionales que dominaban algunas de las gamas de mantenimiento y los equipos afectados.
– ¿Y por qué no se forman? Nos planteamos.
– Porque es dífícil y caro encontrar un curso que se adecúe. Además no podría mandarlos a todos. Se desatendería el servicio.
– ¿Cuánto tiempo llevas buscando ese curso?
– Unos 6 meses, respondió.
– ¿Y de toda la formación necesaria, cuánta ya reside en alguna, aunque sea sólo en una, de las personas de tu equipo?
– Casi toda.
– ¿Qué hubiera sucedido si hace 6 meses, en lugar de buscar un curso adecuado para el equipo, o para gran parte de él, hubieras elegido a uno, sólo a uno de los profesionales de tu equipo, y lo hubieras formado tú mismo?
Tras pensar un momento, respondió:
– Que ya podría tenerlo formado.
– ¿Y cuánto hubieras tardado?
– Unas 4 horas, quizás durante 2 días aprovechando algunos momentos de menor trabajo.
– Y esa formación, ¿sería mejor o peor que la ofertada en la calle?
– Mejor.
– ¿Y entonces?
En muchas ocasiones asociamos, casi de forma automática, que formación es igual a curso de un tercero, lo que encarece la actividad y suele ser menos eficaz. En otras ocasiones, asociamos formación a que necesariamente ha de ser en grupo. La formación en grupo tiene determinadas ventajas, pero frecuentemente es más práctico, productivo y eficaz, recurrir al entrenamiento individual con personal propio.
Cambiando ambos paradigmas, nuestro jefe de mantenimiento ha tardado 2 meses en tener a todo el personal formado.